Tendemos a idealizar a las princesas. A pesar de su sangre real no son más que mujeres de carne y hueso. Tal vez un poco pijillas. Seguramente clasistas. A lo peor algo holgazanas. Pero sin duda son todavía peor, advenedizos príncipes devenidos duques empalmados o señoras de turbios negocios, braguetazos reales y sangrientas cacerías de paquidermos.
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