La televisión y otros medios de comunicación nos muestran a menudo cómo viven muchos ciudadanos del llamado tercer mundo; sus casas están más o menos limpias y ordenadas, pero a ojos occidentales carecen de mobiliario, electrodomésticos e infraestructuras. Parecen casas vacías.
Nuestros hogares suelen estar saturados de los chismes más diversos. Tal parece que la idea de la felicidad occidental está relacionada con la acumulación de bienes de consumo.
Por el contrario en occidente nuestras viviendas están habitadas por menos personas que en el tercer mundo; viudas, parejas sin hijos, familias nucleares con uno o dos hijos suelen ser el prototipo. La inmigración, la crisis y la especulación urbanística han cambiado bastante el panorama. Pero aun así no podemos compararnos con las familias extensas con varias generaciones y llenas de hijos. La nuestra es una cultura fuertemente individualista. Mientas que otros pueblos conservan una insoldable relación entre su clan, su tribu, su familia o su pueblo.
De todas formas muchos habitantes del tercer mundo admiran y desean nuestros bienes materiales. Pero son indiferentes, muestran escaso interés o desprecian abiertamente nuestro estilo de vida y nuestros valores morales o religiosos.
Los occidentales también tenemos nuestro sentido de la familia. Sin duda distinto y más diluido que en "Oriente". En Occidente nos suele faltar tiempo, mientras que en Oriente suele sobrar.