Despunta un rayo de sol
y la noche agonizante,
se diluye con el día
en un abrazo de sangre.
Los vigilantes repasan
el centro con lenta calma,
mientras sueñan dulcemente
cien historias de esperanza.
Los relojes nos invitan
a controlar nuestra audacia,
transformando nuestro orgullo
en un maniquí de plata.
Las ocho de la mañana:
se abren mil puertas volcánicas
y un horizonte de lava
nos abrasa las entrañas.
Siguen seis horas amargas,
con normativas que cambian,
historias que se repiten
y cosas que nunca pasan.
Unos ojos me dibujan
una sonrisa de albahaca,
y de repente, unos labios
dejan ya de ser escarcha.
Renacen las ilusiones,
se ahogan blancas amenazas
y unas manos amistosas
se despiden hasta el alba.