domingo, 4 de abril de 2010

Cuba en otoño de 1997

Regresé a Barcelona con unas maracas, una pequeña botella de ron, algunas fotos, un montón de notas, y los pocos dólares que había podido conservar. Habían transcurridos 12 días desde mi llegada a la isla de Cuba, la Perla del Caribe. Aquel lugar donde mis antepasados llegaban para hacer dinero fácil con el tráfico de esclavos y otros sucios negocios. En Cuba teníamos puesto el corazón quienes pensábamos que la dictadura franquista no era un pozo sin fondo, y quienes deseábamos la liberación de América Latina.
Cuando llegué a La Habana, me sentí invadido por un calor pegajoso. Mi sexto sentido me decía que aquel iba a ser un viaje inolvidable. Deseaba con toda mi alma huir del tópico turístico. Ansiaba trocar el mísero comercio sexual, por un contacto humano enriquecedor. El balance ha sido positivo y me ha marcado dejándome una huella imborrable.
Gracias a mi viaje he aprendido a valorar lo que tengo. Tanto la situación socio-política de mi país, mis bienes personales, mi capital intelectual, mis pequeños achaques, mi miopía, e incluso mis kilos de más.
Pero también he valorado positivamente diversos aspectos del pueblo cubano. En primer lugar su cordialidad y su hospitalidad. Los cubanos son una gente interesante. Pero esto sólo puede valorarse fuera de los circuitos turísticos, allí todo es de cartón-piedra, igual o peor que nuestras costas y nuestras islas. He aprendido a valorar las técnicas desfasadas. Esta cuestión tampoco me tenía que venir de nuevo, al cabo soy historiador, y mi interés por el pasado es paralelo por el de la tecnología antigua. Aún así, no pude dejar de sorprenderme como unos coches de los años 50, funcionan, y en ocasiones con mejor que otros de los años 80. También me sorprendió que todo un catedrático universitario utilizaba un tipo de ordenador que yo ya había desechado por anticuado, y que en sus manos era capaz de producir trabajos mejores que los míos. Tampoco podré olvidar el músico que tocaba maravillosamente un piano destartalado en un paladar de Viñales, ni de los minuteros del Capitolio, trabajando con tecnología fotográfica casi centenaria, y con tremendos problemas para el abastecimiento más elemental.
El lector sagaz, seguramente ya habrá advertido: no compraste ninguna camiseta, ni ningún recuerdo del Che. Pues, no. De mis tiempos de estudiante, todavía conservó varios objetos con la efigie del Che. En mi casa no cabe nada más, y después de una semana de actos dedicados a la memoria del “Guerrillero Heroico”, fueron suficientes para saciar y hartar mi capacidad de asimilación de un personaje histórico irrepetible, y que llenó de libertad mis sueños adolescentes.
Tampoco compré libros: la oferta era escasa en calidad y en variedad. Cobraban en dólares, a precios similares a los de España, y totalmente prohibitivos para un cubano.
Las guías turísticas nos advierten del ritmo del Caribe. Es cierto, trabajan más lento que nosotros. O Tal vez nosotros vayamos demasiado acelerados. Sebastiao Salgado nos demostró en su libro Trabajadores, que los países socialistas, solían ser los únicos en que el ritmo de trabajo hacía disminuir los accidentes de trabajo y las enfermedades laborales. Este asunto no puedo juzgarlo ni positiva, ni negativamente, es otro ritmo, su ritmo. Pero advertí con preocupación que su sistema productivo está muy anticuado, tal vez obsoleto en muchos aspectos. Da la impresión de que han vivido demasiado tiempo del subsidio de la antigua URRSS.
Durante el viaje pude practicar con facilidad mis supuestas habilidades como periodistas, fruto de este trabajo ha sido mi artículo, La Fotografía Cubana en 1997, Diorama, nº 167, Dic 97. En cambio tuve bastante dificultades para trabajar como historiador. Para este trabajo, el ritmo del Caribe, alargaría y encarecería demasiado cualquier proyecto.
En fin, me marché admirado por los cubanos que luchan y tienen fe en el futuro. También partí asombrado por los cubanos un tanto desmoralizados, pero que “inventan” y se las ingenian para “resolver” la difícil cotidianeidad de una sociedad que necesita un soplo de aire fresco.
En mi país tampoco atan los perros con longanizas. Algunos discuten a pedradas, bombas y tiros en la nuca la misma existencia del país. Otros utilizan métodos menos sangrientos, pero igualmente dolorosos.
Los diferentes gobiernos de derechas practican una salvaje política de privatizaciones, prácticamente están vendiendo el país. Pero es que los socialistas han llevado una política parecida, sólo un punto menos radical. Los sindicatos se han convertido en un instrumento relativamente útiles para los trabajadores con buenos contratos, pero totalmente ineficaces frente a los contratos basuras, o las empresas-vampiro de trabajo temporal.
El fantasma del paro y del subempleo se han convertido pesadilla de la mayoría de los españoles. Trabajar significa dejarse la piel, y torear a jefes de personal que, si en nuestro país existiera la pena de muerte, se podrían ganar la vida perfectamente de verdugos. Pero al cabo, ganamos dinero, mucho más de los 15 0 20 dólares de los cubanos.