jueves, 22 de abril de 2010

Memorias de un menestral

Josep COROLEU, (1901): Memorias de un menestral de Barcelona (1792-1864)
Marie-Loup Sougez (1981, 212-214) cita esta obra de Coroleu a partir de una referencia de Ferrán Soldevila, Historia dels Catalans, Vol. V, Barcelona, Ariel, 1974. Puesto que nuestra investigación pretende recoger los textos originales consultamos la obra del escritor y cronista Josep Coroleu (1792-1864). La primera edición se publicó en 1888. Narra la toma del primer daguerrotipo barcelonés y español. Comenta el primer curso de fotografía impartido por Ramon Alabern, y critica el uso social del retrato:
“El domingo 10 de noviembre, á las once y media de la mañana, se sacó la vista de la Lonja y de la casa Xifré por el método inventado por M. Daguerre y del cual tan útiles y sorprendentes aplicaciones se han hecho posteriormente ampliándolo y mejorándolo hasta convertirlo en el moderno procedimiento fotográfico. Aunque el tiempo estaba nublado y ventoso, no fue parte á impedir la operación, interesantísima en aquellos momentos en que tanto se hablaba del grande invento, sin haber tenido ocasión de estudiarlo.
Hízose el experimento en el terradito de una casa de la plaza que entonces se titulaba de la Constitución y hoy llaman de Palacio, en presencia de muchas personas de uno y otro sexo al efecto invitadas. Los señores Mer, Monlau y Roura explicaron el uso del aparato que manejaba el sr. Alabern, su introductor en España.
Después de realizadas las operaciones previamente descritas, á la una menos cuarto se colocó en la cámara oscura y a la acción de la luz la plancha preparada. Sacáronla con la Cámara a los 20 minutos, expusieronla al vapor de mercurio y quitada de ella la capa sensible por medio de las lociones con una solución salina y agua destilada en el estado de hervor, apareció limpia, brillante y grabada en ella la hermosa vista que presentaba la cámara oscura.
Excuso describir la sorpresa y entusiasmo de los circunstantes, que no se cansaban de encomiar el celo del sr. Alabern, importador del aparato y de los socios de la Academia de Ciencias Naturales y Artes, que la habían adquirido.
La plancha que tan extraordinario efecto había producido en el ánimo de los concurrentes, se rifó entre ellos por medio de billetes, que fueron en un santiamén despachados al precio de 6 reales.
D. Ramón Alabern, discípulo de Daguerre, abrió el 20 de aquel mes, en el local de dicha Academia, un curso práctico de las operaciones necesarias para sacar vistas y usar de los aparatos con soltura y acierto.
Desde entonces se desarrolló como una epidemia la afición al daguerrotipo, no habiendo prójimo ni prójima que no se pirrase por ver reproducida en el cristal su vulgar efigie, Y aquí empezó esa moda, que luego tanto se ha propagado, de reproducir con pretensiones á la inmortalidad toda suerte de tipos insignificantes, cuando no repulsivos y estrafalarios.
Yo no niego que en ciertos casos nace este prurito de un impulso piadoso, como el que me hizo calificar de lamentable la tardanza que con que aquí tuvimos noticia del invento, pues habría sido para mí gran consuelo tener dos buenos retratos de mis buenísimos padres. Pero, las más de las veces, el tal daguerrotipo fue cómplice inconsciente de ridiculísimas vanidades y muy visibles jactancias. Por su medio han perpetuado muchas mujeres la noticia de su pésimo gusto, retratándose muy tiesas y envaradas, cubiertas de joyas como aparador de platería, y no pocos hombres han puesto en evidencia la vaciedad de su infeliz cacumen. Mi hijo Arnaldo, que es gran observador y extremadamente caústico y burlón por añadidura, me ha dicho con frecuencia:
-Mira, papa, un cobarde.
-Y ¿ tú qué sabes? preguntábale yo.
-Toma, respondí él. ¿no ves con qué aire de mata-siete nos contempla desde su retrato?
En efecto: es muy común tomar en él el gesto y apariencias que más lejos están del carácter propio. Los mas pacíficos semoleros tomaban a veces ante el objetivo una ferocidad de expresión que parecía revelar el intento de que los confundiesen con el mismísimo Cabrera.” (Josep COROLEU, 1901, Memorias de un menestral de Barcelona 1792-1864, Barcelona, 163-164)

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